Ir al cine parece algo simple: compras tu entrada, te
sientas, disfrutas la película y sales comentando.
Pero todos sabemos que lo que
sucede en la sala oscura no siempre tiene que ver con lo que pasa en la
pantalla.
Hay quienes llegan al cine con otros planes, y la verdad, la oscuridad
se convierte en la mejor cómplice de estas travesuras.
¿Quién hubiera pensado
que el cine, más que un lugar para ver películas, sería un escenario perfecto
para tantas otras cosas?
Para empezar, tenemos a los que van al cine como si
fuera su lugar favorito para una buena siesta.
La sala se oscurece, los sonidos
suaves de la película inician, y en cuestión de minutos están profundamente
dormidos, disfrutando de un descanso que no esperaban, o tal vez sí.
El cine se
convierte en una burbuja acogedora de la que se despiertan justo a tiempo para
el final.
Lo más gracioso es que, al salir, con una seguridad impresionante,
dicen: “¡Excelente película!”, cuando lo único que vieron fueron los primeros
cinco minutos.
Luego están las parejas. Ah, las parejas enamoradas, esas que
encuentran en la oscuridad del cine su espacio ideal para las caricias y los
susurros.
No están ahí por la película, están por el anonimato que les brinda la
penumbra, convencidos de que nadie los ve.
La película puede ser de acción,
terror o un drama romántico, pero para ellos, la verdadera emoción está en la
cercanía, en el roce de manos, en ese juego secreto donde el cine se convierte
en el escenario perfecto para su propia historia.
Y claro, también están los que
simplemente no pueden desconectar del mundo exterior.
Mientras todos están
absortos en la trama de la película, ellos están contestando correos, revisando
redes sociales, o incluso planeando su próxima reunión de trabajo.
Para estos,
la sala de cine es casi como una oficina temporal, con la oscuridad
protegiéndolos de las miradas curiosas.
En todo este caos de situaciones, hay un
protagonista que pasa desapercibido: la oscuridad.
Esa penumbra que lo envuelve
todo, esa fiel compañera que permite que todas estas historias paralelas se
desarrollen sin ser vistas.
Es la oscuridad la que da vida a la magia del cine,
no solo en la pantalla, sino en lo que sucede más allá de lo que vemos.
Sin
ella, las siestas no serían tan profundas, las parejas no tendrían su espacio de
complicidad, y los que buscan un escape de la rutina no podrían perderse en sus
propios pensamientos.
Y hablando de la oscuridad como cómplice, déjame contarte
una historia personal.
Hace años, en una de esas funciones de cineclub
universitario organizadas por Germán Ossa en Pereira, me quedé tan profundamente
dormido en la parte de atrás del Teatro Comfamiliar que, cuando desperté, me
encontré solo en la oscuridad de un teatro vacío.
No había celulares en esa
época, así que después de gritar sin éxito, el único que escuchó fue el celador
del edificio, que vino a abrir la puerta.
No se imaginan la cantidad de
explicaciones que tuve que darle para convencerlo que no era un ladrón.
Así que,
la próxima vez que vayas al cine, recuerda que la oscuridad es mucho más que un
simple ajuste de luces para proyectar la película.
Es un personaje esencial, el
verdadero cómplice de todas esas historias no contadas que suceden en las
butacas.
Y ahora te pregunto, ¿Cuántas de estas cosas has hecho en la vida? ¿Te
has dormido en el cine? ¿Te has perdido en una caricia? ¿O tal vez has querido
hacer algo diferente, algo fuera del guion?
La próxima vez que vayas al cine,
quizás veas la oscuridad con otros ojos.